Hace muchos años, cuando era psicólogo muy joven, trabajé en algunos geriátricos. (...) Muchos de ustedes trabajarán o habrán trabajado en alguna institución , y sabrán que lo que tiene que hacer todo el que trabaja en un establecimiento al ingresar es ir a la cocina, porque la cocinera es la que está al tanto de todo lo que pasa. Más que los médicos incluso. Llegué, entonces, una mañana, me dirigí a la cocina y, como era habitual, le pregunté a la cocinera. -¿Y, Betty, alguna novedad? -Sí, doctor- me llamó así aunque soy licenciado-. ¿Ya vio a la vieja atorranta? -No - le dije asombrado-. ¿Entró una abuela nueva? -Sí, una viejita picarona. Me quedé tomando unos mates con ella y no volví a tocar el tema hasta que entró la enfermera y me dijo: -Gaby, ¿ya viste a la atorranta? -No -le respondí. -Tenés que verla. Se llama Ana. Lo primero que me llamó la atención fue que utilizara, para referirse a ella, el mismo término que había usado la cocinera: atorranta. Pero lo cierto es que habí
Meditando vino a mi mente una imagen muy concreta. Me vi parado en el marco de la puerta de tu habitación. No sé si note las velas por el aroma o por la luz tenue. Pude escuchar una música muy tranquila y muy relajante. Y ahí estabas vos, con todo tu esplendor, tirado en la cama. Sé que me mirabas fijo porque veía el brillo de tus ojos celestes y pude sentir esa mirada penetrante que tanto me gusta. No hizo falta decir una sola palabra para entender que tenía que hacer. Me acerque al borde de la cama, apoye mis brazos a tus costados, mi cuerpo por sobre el tuyo y de un momento a otro nuestors labios se encontraron. Mi corazón latía cada vez más rápido pero la respiración era cada vez más lenta. No podía articular una sola palabra. Y no hizo falta. Parecía que nuestros cuerpos sabían que tenían que hacer. Nos fuimos sacando la ropa y nos revolcamos hasta deshacer la cama. Nos encontramos en las posiciones más extrañas y pudimos sentir la pasión en carne propia. No queríamos que se
Tocaron a la puerta y me sorprendí. Estaba completamente seguro que en mi agenda no tenia nadie a quien esperar. Nunca lo tuve. A lo mejor era el cartero con mas de esas cartas membretadas que vienen a avisar que uno esta en deuda con alguien. Me puse las pantuflas y me fui arrimando a la puerta de entrada. Tocaron una segunda, una tercera y hasta una cuarta vez. Parecía que quien estaba del otro lado tenia algún tipo de prisa o urgencia. Me acobarde al principio pero finalmente tome coraje y abrí la puerta. Siempre abro la puerta sin observar por la mirilla. Y es que me da la impresión de que quien aguarda en el umbral sabe que lo están mirando y no sabe de que manera comportarse. No lo reconocí. Había pasado demasiado tiempo y si bien él era el mismo, yo simplemente no lo recordé. Le pregunte si podía servirle en algo pero para ese entonces ya estaba casi sobre el marco de la puerta. Asustado, intente cerrar esa hoja pesada de madera pero ya era demasiado tarde. La cerradura se había
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