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En el cautiverio del amor fui pleno

En el cautiverio del amor fui pleno. Me deje llevar sin pedir rescate y ahora estoy preso en un incendio sofocante. Años de lagrimales secos me obligan a llorar con las palabras y eso duele mil veces más porque se llora con sangre. El cielo se pone negro y la tormenta ya está instalada. No hay pararrayos que nos defienda ni paraguas que nos proteja. Estamos más desnudos que nunca. Indefensos como el cachorro humano que nace y busca el amor tan necesario para sobrevivir. La celda del auto confinamiento tiene el cerrojo abierto pero no quiero abrir la puerta. No hay mundo para mí ahí afuera. No pertenezco y no me pertenece. La insoportable obligación de ser me invita a recorrer caminos de dolor y pena. Fui feliz a pesar de todo pero todo peso más y entonces ya no fui feliz. Y si no soy feliz entonces no quisiera ser nada. Y entonces nada fui.  Sentí que nos alejábamos. Sentí que había una luz al final del camino pero el camino seguía mas allá y allá ya no había luz. En la oscuridad est

Todo lo que toca se convierte en muerte

Todo lo que toca se convierte en muerte. Todos los lugares que recorrimos juntos se convirtieron en infiernos. Senderos con inmensas y eternas lenguas de fuego que me abrazaron y me quemaron de adentro hacia afuera. Sitios que solo visitamos en mi imaginación se convierten en lugares prohibidos colmados de angustia y tortura. Va por el mundo sonriendo pero el que mucha luz enseña, mucha oscuridad oculta. Y yo miro del otro lado del camino y me rio. Ese fuego ya no quema. Soy inmune a la sonrisa engañosa. Puedo andar y desandar ese camino sin miedo porque hay lugares a los que uno ya no vuelve. Cuanto aire limpio se respira en el parador del equilibrio gris.

El pianista

En la quietud de ese enorme salón estaba el pianista sentado en su banqueta preferida, de Madera oscura y cuero negro. Un hombre alto y flaco con su mejor esmoquin de gala. Las manos parecían flotar sobre el teclado a la espera del momento justo para hacer sonar todas y cada una de esas teclas. Sus dedos largos y blancos parecían alborotarse. El público aguardaba la magia del sonido en un silencio perfecto. Casi como si estuviesen apagados.  La intensidad de la luz fue desapareciendo y el sonido empezó a brotar de la caja majestuosa. Los oyentes se encendían a la medida que el pianista insistía con cada tecla mas y mas fuerte.  Estaba interpretando la mejor pieza, la que mejor sabía, la que más le gustaba y la que más apasionaba al auditorio. El sonido aumentaba cada vez más y mis gritos se escuchaban cada vez menos. Mi voz desesperada quedo silenciada por esa secuencia de notas maravillosas y los alaridos de auxilio quedaron opacados por un elixir musical delirante. “Deja en paz esas