Los ojos del mal

Ya no queda nada. Ya no queda nada ni nadie. Ni un solo ser humano que sepa que me pasó. Los enterré a todos y con ellos enterré mi historia, mi dolor. Era una cálida tarde de invierno. De esas que confunden. El día estaba nublado, húmedo, triste. La brisa antecedía al huracán que iba a venir pero que finalmente solo fue una llovizna mediocre, lastimosa e insulsa. Él estaba parado frente al dressoir y yo sentado al borde de la cama. Sentía que me miraba de reojo por el espejo que estaba colgado en la pared. Hacia años que su mirada ya no era la misma pero esta vez había ido demasiado lejos. Esos ojos azules cristalinos como el mar calmo se habían transformado en un océano abierto en tiempos de tempestad. Ni el mejor de los nadadores podría haber escapado de aquel remolino que te tira hacia las profundidades hasta dejarte sin aire. Ni Ulises, que supo evitar el canto de las sirenas en su regreso a Itaca podría haberse salvado. Esa mirada dulce, tierna, profunda, penetrante, sabia, cálida, mirada que invita a pasar, a la entrega, al placer se había convertido en cientos de navajas que te cortan la cara. Una mirada egoísta, silenciosa, oculta, malvada, egocéntrica y mentirosa que en el fondo escondía tristeza, dolor, angustia y frustracion me lastimaba con cada parpadeo. Ya no caían lágrimas. Ahora rodaban gotas de sangre por mis mejillas, gotas que irían manchando el parquet de la habitación durante una eternidad. El mas profundo de mis amores se había convertido en mi entregador, mi redentor, mi captor. Dijo una sola palabra antes de irse. Se acerco a mi oído y dijo "Adiós". Antes de cruzar el marco de la puerta se dio vuelta, me miro una vez mas sin piedad y dejó la habitación. El mas intenso de mis amantes se iba para jamas volver. Escuché sus pisadas en los escalones de madera que iban a la planta baja, escuche el ruido de las llaves que dejo en el recibidor y finalmente el crujir de la puerta de madera que se cerraba detrás del hombre que me haría tan infeliz. Lo vi por la ventana de la habitación como cruzaba la calle bajo la llovizna y se alejaba de mi vida mientras mi respiración empañaba el vidrio. Me acerqué al dressoir, apoye los brazos en el mueble, levante la mirada y me vi en el espejo donde minutos antes se reflejaba su mirada. Otra vez una mirada egoísta, silenciosa, oculta, malvada, egocéntrica y mentirosa que en el fondo escondía tristeza, dolor, angustia y frustración me cortaba la cara.

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